Madre Clara Podestá




El 12 de enero de 1829, en Chiávari, al norte de Italia, San Antonio María Gianelli funda una Congregación a la que da el nombre de Hijas de María Santísima del Huerto, reuniendo a doce jóvenes que habían tomado la decisión de seguir a Jesús para servirle en la caridad a los necesitados y dando vida al Instituto para que continuara en la Iglesia su misión evangelizadora.
Con amor paternal, el Santo Fundador les escribe un pequeño reglamento, el que se resume y expresa en el Carisma Congregacional de CARIDAD EVANGÉLICA VIGILANTE. El espíritu misionero de Gianelli pasa a las hermanas y las hace partícipes del mismo. La Historia les enseña a hacerse “TODAS PARA TODOS”, para evangelizar a todos a cualquier costo.
El impulso evangelizador del Fundador San Antonio María Gianelli, alentado por la Madre Clara Podestá, co-fundadora del Instituto, orienta a las Hijas de María a desplegar su acción misionera en América del Sur, allí donde la inmensidad del territorio, muy poco poblado, impide el establecimiento de un orden regular y propicia las revoluciones y guerras por la independencia.
Gianelli habría profetizado y declarado públicamente: “Que aquellas, sus hijas, CRUZARÍAN LOS MARES, que su obra no era ni local, ni provincial, sino Universal”. Él no tiene el consuelo de ver realizada su profecía, el Instituto se consolida, crece y se mantiene en la observancia del espíritu de sacrificio y escribe una gloriosa historia. Inculca a sus hijas una gran confianza en Dios, mucha humildad, sencillez, prudencia, pobreza, desprendimiento, modestia, amor al trabajo, oración y sobre todo una Caridad sin fronteras y sin límites.
Para “proveer” a nuevas necesidades, las hermanas asumen una misión fuera de su tierra de origen… En 1856, Madre Clara Podestá, cree que ha llegado la hora de cumplir el sueño del Padre y anima a todas a responder con corazón generoso y sin demoras: “Hermanas, no es tiempo de dormir…¡Despertaos, venid a abrir!, Dios nos llama a América…Debemos llegar a la meta! ¡¡América nos espera!!. Montevideo las vio llegar el 18 de noviembre de 1856, procedentes de Brasil, y es el Hospital Maciel su primera misión caritativa en América, donde son bienvenidas y predilectas por prodigar amor a los enfermos, a los niños y a los necesitados. Tres meses después de haber asumido la dirección del hospital se desencadenó la terrible epidemia de fiebre amarilla y las Hermanas ayudaban a disminuir las estadísticas fatales, extremando la dedicación por aliviar el dolor y el sufrimiento de los desvalidos.
El 10 de febrero de 1859 Madre Clara Podestá, con la Madre Luisa Solari y 14 Hermanas más, llegan a nuestra Argentina para desplegar su caridad junto al lecho de los enfermos.
La iniciativa partió de la Sociedad de Damas de Beneficencia siendo destinadas al Hospital Rivadavia y numerosos centros de salud y hospitales.
La caridad sin fronteras las conduce a socorrer los heridos de la Batalla de Pavón, en San Nicolás y en Rosario de Santa Fe, litigios característicos de un país en fase de organización y heredero del espíritu bélico de la metrópoli conquistadora. Este hecho las hace protagonistas de la unión territorial y gubernamental de la República Argentina. 
Iniciada la pastoral hospitalaria, surge otra faceta de la acción misionera de las Hijas de María Sma. del Huerto: la pastoral educativa y el cuidado de las niñas desamparadas, comenzando en el año 1860 y constituyendo una de las dimensiones más fuertes del propio carisma fundacional.
La demanda de fundación de escuelas fue constante en lo que se refiere a la educación formal, dada la necesidad de cultura y de formación de la juventud, en los nuevos pueblos que se liberan de la colonización europea, ansiosos por construir una nación culta y soberana.
La misión educativa presenta otros desafíos a las Hermanas: impartir una educación cristiana, con una filosofía específica y la transmisión de los principios carismáticos de la congregación, sumado a los factores religiosos, económicos y sociales del espacio geográfico y del tiempo histórico.
La expansión institucional se realizó en base a muchas renuncias, sacrificios y donaciones. A simple vista se percibe la reproducción de rasgos salientes de la espiritualidad del fundador: fe armoniosa, disponibilidad y espíritu de sacrificio, celo apostólico, amor y adhesión incondicional a la Iglesia, rasgos vivenciados y encarnados por las Hermanas italianas y americanas insertas en la misión. El proceso de inculturación y el florecimiento vocacional son prometedores.
Despliegan su obra educativa, en la actualidad, impartiendo una educación abierta, basada en una pedagogía del amor, tendiente a la promoción de la persona y los valores humanos y promoviendo además, la síntesis entre ciencia y fe. Sostienen, a lo largo de todo el territorio argentino, numerosos colegios, en los que mantienen encendido el fuego gianellino en las provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos, Córdoba, Mendoza, Salta y también en cuatro continentes.
Las Hermanas del Huerto celebran y glorifican al Señor, con nosotros, por este regalo precioso que nos concedió en la persona de cada una de estas heroicas mujeres, que sin miedo al riesgo, ni a la distancia, volaron al encuentro de una nueva cultura, de un nuevo mundo desconocido, con las únicas armas de la Gran Confianza en Dios, y en María y con el apoyo incondicional de los Laicos que desde el primer momento acompañan a las Hermanas.
Teniendo a Cristo como modelo y centro, la Congregación quiere continuar dando respuesta a las necesidades y desafíos de estos tiempos, haciendo el bien a manos llenas, sembrando el Evangelio, sin otro límite que la imposibilidad y la inoportunidad. Fueron semillas fecundas que quedaron en nuestra tierra y hoy a la distancia de 150 años recogemos sus frutos de heroica Caridad Evangélica Vigilante. Unamos nuestras voces, nuestras manos y nuestros corazones para decir al Señor: Bendícenos con otros 150 años de Amor y Servicio.

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