Nuestro Fundador

SAN ANTONIO María GIANELLI


RIQUEZAS ESPIRITUALES DE SAN ANTONIO MARÍA GIANELLI
Obispo y Fundador del Instituto
de las Hijas de María Santísima del Huerto

 SAN ANTONIO MARÍA GIANELLI
                “Perla del Episcopado” (1789 – 1846)


a) Vida y Obra 

“Era una flor, nacida en tierra inculta, 
que tenía necesidad de ser trasplantada a muy distinto terreno, 
para allí crecer y desplegar toda su natural belleza”


“Un testimonio viviente tiene más valor ante nuestros ojos que las más bellas fantasías y las más hábiles adaptaciones”. Si bien con otras  palabras, esto es lo que escribía en 1846, don Santiago Gianelli, sobrino del Santo.

Don Nicoló Barabino, Rector del Seminario de Génova, estaba recogiendo escritos y testimonios para redactar una biografía del Fundador. Fue requerido también el testimonio de don Santiago Gianelli, ¿quien, más y mejor que ningún otro, estaba en condiciones de proporcionarlo, por la familiaridad que tenía con el Santo?. A fines de junio de 1846,  a veinte días escasos de la muerte del tío, don Santiago escribe a Barabino en estos términos:

“No le ocultaré el pensamiento que se me presentó al enterarme del proyecto que se tenía de dar a la imprenta su biografía. El pensamiento que tuve fue este: que la biografía, aún cuando fuere escrita bien y con elegancia, sería poca cosa para comprender los grandes méritos y las luminosas virtudes de aquel hombre incomparable, tanto más que la biografía, una vez leída, ya no se vuelve a leer, y muchos y muchas creerán, quizá, que están suficientemente instruidos en ella”.

El escrito que presentamos, no  es  una nueva biografía  de A. Gianelli, sino que queremos ofrecer algunas pistas para comprender la riqueza espiritual y humana que caracterizó a nuestro Fundador. Este es el motivo que nos llevó a seleccionar algunos tramos importantes de su vida, (dando por sabidos los detalles de su infancia y adolescencia) a partir de 1807 hasta su muerte en 1846. 
Como dice un escritor: “No juzguemos a los hombres sino sobre la base de sus hechos…”, tratemos de ver más allá de la palabra escrita, toda la vida y la santidad de este hombre de Dios,  y sintámonos orgullosos del patrimonio espiritual que nos dejó. 
Reavivemos en nuestros corazones la conciencia de esta gran herencia, que es al mismo tiempo, un compromiso y un llamado a Evangelizar también nosotros, como DISCÍPULOS-MISIONEROS. 
Agradezcamos a Dios por la vida santa de nuestro Padre Fundador, por el patrimonio espiritual que nos dejó, y por el ejemplo de santidad que lo animó a entregarse generosamente a trabajar por el Reino de Dios. 
Nos enseñó que solamente la santidad hará fecundo nuestro apostolado y que para ‘evangelizar’ debemos aligerar nuestras mochilas, dejando todo aquello que pueda impedirnos amar y evangelizar e ir “donde otros no pueden ir…”   
Este año, en que se celebran los 150 años de la llegada de las Hijas de María S. del Huerto a la Argentina, tiene que ser un “tiempo de gracia” para “hacer memoria, actualizar, dar a conocer y celebrar” el don de la vida del Santo, su herencia espiritual y la pasión apostólica que dejó como legado  a toda la Familia Gianellina.


Capítulo  I                                                                                                      
1. SEMINARISTA (1807-1812)
Los estudios medios de Gianelli preludiaron su entrada en el seminario, sin que estuviera claro cómo sucedería, pues sólo una cosa era cierta: a la familia le sería imposible mantenerlo en el Seminario de Génova durante algunos años. 
El problema encontró una solución providencial en la señora Nicolaza Rebiso quien se ofreció para dar hospedaje al joven Gianelli en su Palacio de Génova, a la espera de poder colocarlo en el Seminario. 
Durante aquel año (1807), Gianelli frecuentó el Seminario de Génova como alumno externo y pronto iba a destacarse por su piedad y por su aplicación con lo cual se ganó la estima y el amor de todos. 

Con la apertura del segundo año escolar, el 11 de noviembre de 1808, nuestro santo fue acogido finalmente como alumno interno del Seminario y comenzó la que él consideró siempre, la etapa más feliz de su vida. 

Anota textualmente el primer biógrafo:

 “Solía decir después, aun cuando era Obispo –  y yo lo escuché de su propia boca – no haber vivido mejores días que los que pasó en el Seminario; y entre él y los que fueron sus compañeros de entonces se mantuvo siempre una inalterable y exquisita amistad”.

En los primeros días el Cardenal Spina se presentó en el Seminario para tomar contacto con los clérigos. En el refectorio, al pasar junto a Gianelli, le preguntó si estaba contento con el tratamiento. 

“Contentísimo, respondió Antonio, no soy digno de tanto”. 

Cuando el Cardenal se alejó, los compañeros de mesa lo acusaron de haber dicho una mentira para congraciarse con el  arzobispo; pero él, sin dejarse intimidar, replicó que para él todo era bueno y quien fuera de diverso parecer debía tener el coraje de decírselo al cardenal. 

Con ocasión del carnaval se solía organizar en el Seminario un entretenimiento teatral. A Gianelli, que era el número uno de su clase, le tocó interpretar el papel del protagonista del drama escrito por un  jesuita, sobre el mártir Eustaquio. 
Lo interpretó con fervor y convicción. En una lista de Santos Protectores escrita por Gianelli, se encuentra el nombre del Mártir con esta apostilla: 

“Siendo yo estudiante de Retórica, le representé en una tragedia devota, que se dio en el Seminario de Génova”.

El mismo año, 1809, el profesor de retórica don Carosio había restablecido en el Seminario una academia literaria llamada “de los Constantes”, de la que formaban parte los alumnos más brillantes. Gianelli fue puesto al frente; en el discurso inaugural habló de la virtud de la constancia, fundada en la fortaleza, que abate los vicios contrarios: el orgullo, la pereza y la envidia. Lo que más impresiona en el discurso es la agudeza y elevación de los pensamientos.  El desarrollo preciso y directo de sus discursos, demuestran una madurez no fácil de encontrar en un joven alumno. Esto permite apreciar en él, la madera de un hombre y un santo.

Al año siguiente pasó al curso de filosofía. En los dos años escolares 1809-1810 y 1810-1811 siguió siendo el número uno de la clase.

El cardenal Spina que tenía urgente necesidad de óptimos sacerdotes, no perdía de vista a Gianelli, y quiso premiar sus dotes de espíritu y de ingenio y las garantías que ofrecía su conducta ejemplar, admitiéndolo como una excepción al Subdiaconado, en setiembre de 1811, antes que Gianelli comenzara los estudios de teología. Otra excepción fue el permiso otorgado al flamante Subdiácono para predicar. De los primeros ensayos de Gianelli como predicador se conservan un panegírico a san Luis, otro a san Roque y una novena a los difuntos.
Su participación en una misión, entre setiembre de 1811 y marzo de 1812, fue el preludio de un ministerio para el que estaba singularmente dotado y que, hasta la muerte, estará entre sus preferidos. En aquella misión se le encomendó una de las predicaciones más destacadas: la de la muerte.

El estudio de la teología ocupó los años  comprendidos entre 1811 y 1813.
Los profesores dictaban en clase sus lecciones y a menudo hacían subir a Gianelli a la cátedra para explicar a los compañeros los puntos más difíciles.

De cualquier modo su formación intelectual fue muy apresurada. Diácono desde marzo de 1812, apenas cumplidos los 23 años, recibió de manos del Cardenal Spina la unción y el honor del sacerdocio el 23 de mayo, vigilia de la fiesta de la Santísima Trinidad. 

Tres lustros más tarde, el cardenal Lambruschini lo enviará como Arcipreste de Chiavari, diciendo: “os envío la más hermosa flor de mi jardín”.

Capítulo 2  
                                                                          
 2. SACERDOTE (1812-1838) 

“Dios, Dios, Dios sólo”

Antonio Gianelli fue ordenado sacerdote en mayo de 1812, con sólo 23 años de edad, pero continúa como seminarista el año escolar de 1812. 

En 1813 fue destinado a la Iglesia abacial de San Mateo en Génova, parroquia gentilicia de la familia Doria.
En los apuntes autógrafos fechados en 1840, Gianelli escribe: 
“La iglesia de san Mateo fue la primera en que ejercité el ministerio sacerdotal nada más hacerme sacerdote, primero en calidad de Cura y colaborador del imposibilitado abad Mazzola, antaño célebre orador, luego como Ecónomo” 

El compromiso duró poco más de dos años y medio, desde el 15 de febrero de 1813 hasta setiembre de 1815.

Francisco Mazzola, un ex jesuita profesor de elocuencia en la universidad de Génova, había tomado posesión de la abadía en 1806. Cuando Gianelli fue nombrado Mazzola, estaba casi paralítico. Entre las predicaciones que nos han llegado de ese tiempo, existe un comentario del evangelio del domingo después de la Epifanía. Gianelli, en el exordio se excusa ante el auditorio por su falta de experiencia. En realidad ya tenía muy claras las ideas sobre las exigencias de una predicación auténticamente evangélica, y escribe: 

“La sencillez y la claridad serán mi guía constante y consideraré siempre un deber riguroso, para la comprensión de todos, sacrificar cualquier bello adorno que pudiera proporcionarme el arte o la industria”. 

 Esta sencillez fue también fruto del esfuerzo. Años más tarde,  siendo Obispo en Bobbio, “confesaba a sus seminaristas que había empleado más tiempo en librarse de la retórica que en aprenderla”. 
En la prédica citada precedentemente, dijo a los oyentes: 

“Vosotros debéis buscar la verdad y no la elegancia, y yo debo ser diligente en descubrirla ante vuestra mirada con sencillez y naturalidad. El espíritu del Evangelio es harto dulce y penetrante por sí mismo, por lo que yo no haré otra cosa que descubrirlo en la medida en que se me conceda, y me guardaré mucho de introducir la más mínima alteración. Lejos, por tanto, de nosotros las divisiones estudiadas, los puntos singulares, las alusiones sofisticadas, cuando éstas no broten como por sí mismas y se presenten espontáneas a primera vista. Me impondré la obligación de seguir las huellas del texto sagrado, como las más útiles y las más seguras, pues las enseñanzas de aquel Espíritu divino que instruye en toda verdad y que es maestro y guía de todo saber”.

Esta “regla de oro” según la cual en la predicación evangélica, no se debe rebajar el texto sagrado, es válida y urgente también hoy, cuando tanto se habla de la necesidad de “evangelizar” al pueblo de Dios. 

Con la ordenación sacerdotal comenzó a multiplicar sus predicaciones en la ciudad y pueblos vecinos. Algunos años más tarde, hablando del discípulo y amigo Ángel De Benedetti, él distinguirá dos tipos de ministerio en el sacerdocio:

- pastoral, es decir en la parroquia, y, 
- apostólico, consistente en predicaciones itinerantes. 

Antonio se dedicó a ambos ministerios,  hasta el final de su vida.

La predicación de la palabra de Dios acompañó, como una constante las actividades de Gianelli como vicepárroco, profesor, párroco, arcipreste y Obispo. La predicación fue su vocación más profunda. Por este motivo, el 23 de mayo de 1814, fue recibido como “novicio” entre los Misioneros Rurales, una Congregación eclesiástica fundada en Génova en 1713; en 1817 pasó a ser “coadjutor” y en 1821 “obrero”. En 1825 lo eligieron superior. Los miembros de la Congregación se comprometían a procurar la propia santificación y evangelizar campos y pueblos de la extensa arquidiócesis, cargando con todos los gastos correspondientes.

La primera misión en que tomó parte, del 5 al 23 de mayo de 1815, fue la de Càlice. Gianelli anota en un apunte: 
“Al partir de aquel pueblo experimenté gran dolor y pensé: ¿cuál será el pesar que sienta un alma condenada a tener que separarse para siempre de Dios?”
La inquietud por la salvación de las almas es ya una característica del joven sacerdote.

El abad Mazzola, murió el 15 de febrero de 1815, al día siguiente el Arzobispo Spina le manda a Gianelli el decreto de nombramiento de vice-abad, o sea Ecónomo, confiriéndole “plenitud de autoridad para hacer y administrar todo, no de otro modo que si fuera cabal y verdadero abad”.

Gianelli vivió y comunicó la alegría de su vocación. Esta alegría fluía de la conciencia de saberse totalmente entregado a Cristo. En su amor a Cristo llegaba a aquella libertad interior, llegaba a vivir una alegría que crece con las contrariedades, con las amarguras que no le fueron evitadas. Su alegría era hija de una fe que se transformaba en puro abandono. 

Verdaderamente la luz del Resucitado lo acompañaba en todas las encrucijadas del dolor y él sentía de estar recorriendo el camino divino.

Su corazón ardió de deseo por partirse y repartirse totalmente a todos, por amor a Dios.

2.1. Profesor de Retórica 

En 1815 Gianelli es llamado para dar clases de retórica en el colegio que los religiosos de las Escuelas Pías, llamados también escolapios, tenían en Cárcare, un pueblo asentado en la falda de los Apeninos, en un amplio valle.

Antes de dejar Génova y la Iglesia de San Mateo, Gianelli fue a despedirse del Cardenal Spina, quien, sonriendo le dice que ha hecho bien en aceptar el encargo, y añade que espera tener pronto noticias suyas. Gianelli no tardó en escribirle desde Cárcare, y en la carta describe el ambiente que lo había recibido:

“El pueblo no es próspero, pero el clima y los campos son amenísimos… El edificio del colegio no es gran cosa, pero el sistema educativo me ha sorprendido. La juventud, sin el rigor de los castigos, se conserva con una sensatez que me sorprende. Todo el secreto estriba en el buen acuerdo y la buena inteligencia de los Prefectos y de los Profesores con el Padre Rector, quienes ponen empeño en conocer el genio y condición de los alumnos y en tenerlos ocupados…”.

En el Elogio fúnebre de Gianelli, el padre Agustín Dasso, prepósito provincial de los escolapios, dice que el colegio de Cárcare era “floreciente entonces en hombres de mucha ciencia y piedad”. En cuanto a Gianelli, escribe: “…quiso para sí, y de manera obstinada, la celda que le pareció más abandonada, expuesta al frío y pobre; fue servidor de todos indistintamente y en todo, dentro y fuera. Por lo cual fue apreciado y venerado por todos, y muy querido por el Rector de allí, y recibió por donaire el nombre de un buen hace-de-todo.

2.2. De regreso a Génova 

El Cardenal Spina no tardó en hacer regresar a Gianelli a Génova, encargándole la cátedra de Retórica en el Seminario. Gianelli se sentía muy feliz de estar nuevamente en el Seminario, en el que permaneció por espacio de diez años, tiempo suficiente para dar a la enseñanza una impronta personal, para acumular experiencias que lo prepararán para las futuras tareas y para tejer una red de amistades, especialmente sacerdotales.

Barabino, uno de sus alumnos, afirma: 

“Al dar clase se había propuesto, ante todo, procurar el mayor progreso de sus alumnos y para conseguirlo nada dejaba sin hacer. Hacía saborear los ejemplos de los clásicos tanto latinos como italianos, e invitaba a los jóvenes a imitarlos…… Grave y afable a la vez, se atraía a un mismo tiempo el respeto y el amor de sus discípulos de los cuales muchos consiguieron cargos brillantes…Y no sólo atendía a instruir la mente de los alumnos, sino más todavía a formar su corazón” 
El segundo de sus biógrafos hace una referencia a su método de enseñar: “Su primer pensamiento era hacer conocer los autores clásicos de lengua latina e italiana; siendo un privilegio del que sólo puede enorgullecerse nuestra nación, el de poseer dos lenguas verdaderamente clásicas… comentaba, analizaba a los historiadores, a los prosistas, a los poetas principales y les hacía notar las más escondidas bellezas, cultivando la lengua italiana y la latina con el mismo entusiasmo”.

Gianelli, - advierte uno de sus alumnos- , dotado de inteligencia creadora, guiaba a los alumnos por el mismo camino: se preocupaba poco por el ejercicio de la memoria y por las versiones ajenas, prefiriendo que trataran de hacer algo original.

El escrito más completo de nuestro santo, relativo a la retórica, es un compendio de sus Preceptos Retóricos, un “tratadito” compuesto por los años 1824-26.  En el mismo revela viveza de inteligencia, espíritu de observación y buena cultura clásica.

Al final del año escolar el profesor de retórica preparaba una prueba pública del aprovechamiento de sus alumnos. El primer año, Gianelli presentó de nuevo el tema “La gloria verdadera”, propuesto ya en Cárcare el año anterior.

Gianelli, además, se dio cuenta que es “una cosa bien distinta educar ciudadanos para el Estado que formar sacerdotes para la Iglesia”. 

Se debían persuadir que “en cualquier tierra, en cualquier lugar, en cualquier provincia del mundo, pertenecían a la Iglesia; y de que ésta es una sola, y sólo ésta infalible, y ésta sólo con Roma, y en Roma”.

2.3. Director de Disciplina

Por la “Crónica del Seminario de Génova” de 1803, se sabe que “la disciplina estaba en decadencia. Se admitía a los alumnos en gran número, quizá con ligereza. Muchos no tenían espíritu eclesiástico; eran indisciplinados y carecían de buenos hábitos”. Los seminaristas mayores “aunque fueran de los mejores no observaban las reglas; al margen de toda vigilancia, impedían y echaban a perder la regularidad general; se producían frecuentes desórdenes, excesos en el comer y en el beber y cosas peores. El rector expulsó a muchos; los prefectos no gozaban de la estima de los alumnos y eran incapaces de formar su espíritu y su corazón”. 

Monseñor Lambruschini, que tenía vasta experiencia de colegios eclesiásticos, emprendió inmediatamente una reforma radical. En noviembre de 1822, informa al Rector la decisión de darle una ayuda con la creación del cargo de “director de disciplina” y le comunicaba el nombre preferido: “Informados plenamente de la piedad y celo que adornan al sacerdote Gianelli, lo hemos destinado a cubrir este cargo”.

En el seminario de Génova, entre los documentos del período en el cual estuvo Gianelli, existen las “listas o nóminas” ordenadas por el Arzobispo Lambruschini, con decreto del 10 de noviembre de 1822, cuando fue creado el cargo de director de disciplina en la persona de Gianelli, al que se alude precedentemente.  En ellas se expresaban, mensualmente los juicios (“censuras”) del rector, de los profesores, de los prefectos y las “observaciones” del director de disciplina. Tales listas se iniciaron el 31 de diciembre de 1822. 

Se lee en los procesos que Gianelli tenía una capacidad de discernimiento particular para distinguir la vocación al sacerdocio. El amor por el hombre y la estima de su personal vocación le permitieron percibir ese quid imponderable que distingue un “llamado”. 
Este amor al hombre, en su experiencia personal como educador, le sugerirá más tarde normas de inalterable prudencia pedagógica para las Hijas de María llamadas al “difícil arte de educar”.

Un espléndido documento que demuestra la preocupación de Gianelli por sus alumnos y que habla de sus intuiciones, es la carta con la que recomendaba al arzobispo al seminarista Salvador Magnasco.  Para este seminarista, Gianelli pide una beca, o por lo menos, una fuerte reducción de la misma, aduciendo razones valiosísimas: pobre y huérfano de padre; sólida vocación y no comunes dotes de ánimo y de inteligencia.

“Escribe unas cartas que hacen que se le salten a uno las lágrimas; huérfano de padre, teniendo la madre que cargar con una familia numerosa y sin recurso alguno, él no sabe qué partido tomar…en el Seminario no hay otro que reúna, como él, todas las cualidades requeridas para que resulte un óptimo Eclesiástico, más aun, un gran hombre. Cordura irreprensible, prudencia por encima de su edad, gusto refinado, talento universal”. 

Con total libertad de espíritu con el superior, hace una amarga consideración sobre el manejo de la justicia en la asignación de las becas en el seminario de Génova: 

“No puedo creer que mientras muchos torpes y muchos bastante dudosos (por no decir mal dispuestos) e incluso forasteros, disfrutan de los bienes del Seminario, este Diácono que tanto promete haya de quedar abandonado a su mala suerte. Yo no podría soportarlo sino con inmenso dolor… No son pocos los sinsabores que he tenido y que sigo teniendo por el bien del Seminario. Espero que la bondad de Vuestra Excelencia querrá librarme de este, que me llegaría hasta lo más profundo del corazón. Me intereso por la justicia, por la virtud, por el bien de la Iglesia y del Seminario”. 

Esta enérgica y urgente intervención de Gianelli sirvió para salvar a quien, en el futuro, fue Arzobispo de Génova y con amor promovió la causa de beatificación de Gianelli.

Es de éste período la primera publicación impresa de Gianelli, un librito titulado “Reglas de urbanidad y buena crianza”, publicadas por orden del arzobispo quien ordenó que cada alumno del seminario, interno o externo, estuviera provisto de un ejemplar.

Las “reglas dispositivas y preparatorias” se abren con una sentencia de oro: 

“La primera cortesía y la más noble de todas las formas de urbanidad es tolerar y soportar a quien no la tiene”

Durante el año escolar 1823-24 Gianelli renunció al cargo de director de disciplina. El reglamento de Monseñor Lambruschini había puesto prácticamente en manos de Gianelli, el destino de la buena marcha del seminario. Esto disgustó al Rector, el canónigo Bartolomé Parodi, quien, respaldado por los prefectos del seminario, acabó por sabotear la obra del director de disciplina. 

           Lambruschini acepa la renuncia y la considera como una muestra de la delicadeza de conciencia de Gianelli. Con la renuncia de Gianelli, el arzobispo suprimió el cargo.

Nuestro santo continuó tranquilamente su enseñanza, hasta que, en 1826 dejó Génova, en el momento de hacerse cargo, como Párroco, de la Parroquia de San Juan Bautista de Chiavari.

2.4. Orador y director de espíritu 

Entre el año 1821 y 1826 desempeñó el delicado cargo de capellán, confesor y director espiritual en el Conservatorio de las Hijas de San José, de Génova. Compuso para aquellas religiosas un nuevo reglamento, predicó instrucciones entre 1823-24 sobre la humildad, la obediencia, la paciencia, la mansedumbre, la mortificación, la modestia, la docilidad, el silencio y otras instrucciones sobre  las virtudes cardinales. 

En octubre de 1826 terminó de escribir las Reglas y Costumbres que han de observar las Hijas de san José. Gracias a la dirección espiritual de nuestro Fundador, la Comunidad del Conservatorio de las Hijas de san José “se había convertido en un sólo corazón y una sola alma,  y su monasterio era un verdadero paraíso terrestre… eran una cincuentena y todas se confesaban con su amadísimo y piadosísimo director”

En aquel Conservatorio dejó la huella indeleble de su espíritu. Las religiosas no lo olvidaron y a su vez las Hijas de san José permanecieron en el corazón de Gianelli, quien, siendo Arcipreste en Chiavari y después Obispo en Bobbio, no dejaba nunca de visitarlas y de improvisar una pequeña predicación cuando tenía ocasión de dirigirse a Génova.
Asistió espiritualmente también a algunos Monasterios de clausura, como el de la Santísima Anunciata y Encarnación, donde pronunció varios sermones.

Tampoco le faltó, a Gianelli, la experiencia de apostolado directo entre los laicos, organizados según la costumbre de la época, fue director espiritual de la Cofradía de la Santa Cruz, en la que desplegó su ardiente celo con las instrucciones y panegíricos, la asistencia a las reuniones, hasta dejar en aquel grupo de laicos, diversos por sus condiciones y aptitudes, una íntima y benéfica influencia y un vivo recuerdo de sí.

Pero su actividad no termina aquí. Conocieron su ministerio múltiple e infatigable las Religiosas llamadas vulgarmente las Azules, las Agustinas de San Sebastián, las Penitentes del Espíritu Santo y otras más. 

Pertenecía además a los Misioneros Rurales. Desde el año 1817 al 1825 se cuentan cerca de siete Misiones, mayor número de Ejercicios Espirituales y muchas predicaciones, las más importantes y multitudinarias fueron sobre los temas clásicos de las misiones populares: la penitencia, la conversión, el pecado, el juicio universal, el valor del tiempo, la devoción a María, el infierno, el paraíso, el número de los elegidos, el amor a los enemigos, la suavidad de la ley de Dios, las tribulaciones, la misericordia de Dios, la obligación de hacerse santos, la perseverancia final.

Se destaca que Gianelli era muy solicitado como orador y  nunca se negó. Por algo ha pasado a la historia como uno de los más prestigiosos oradores de su tiempo.

Pero Dios reservaba al joven sacerdote, al profesor, al Misionero Ardiente, al panegirista codiciado y disputado, las insidias sutiles de una ardua prueba, a fin de templarlo y disponerlo para nuevas fatigas y más altos designios.

2.5. Arcipreste en Chiavari (1826-1838). “Todo para todos” 

En enero de 1826 el Archiprestazgo de Chiávari, había perdido a su titular tras la muerte de Monseñor José Cocchi, “uno de los pastores más eminentes que haya podido asumir el gobierno espiritual de un pueblo”, según han escrito de él. 
Don Cocchi, rico de ingenio y de prudencia, había dirigido la Parroquia en tiempos bastantes difíciles, por espacio de unos treinta años, conociendo también la amargura del destierro. No era fácil proveer de un sucesor.

El Arzobispo Lambruschini pensó en Gianelli, profesor en su Seminario y cuando comunicó la elección a las autoridades de Chiavari, les dijo: “Os mando la más bella flor de mi jardín”.

Una vez recibida la Bula respectiva con fecha 27 de abril de 1826, Gianelli se preparó para entrar en su parroquia, el 21 de junio, fiesta de san Luis Gonzaga. 
“Haz de cuenta como que vas a emprender una misión, no de pocos días, sino de diez o doce años”, le había dicho  el Arzobispo de Génova cuando le encargó el gobierno pastoral de esa importante parroquia. Y fue como una revelación profética, ya que doce años después, en 1838, fue llamado al Gobierno de la Diócesis de Bobbio.

El joven Arcipreste estaba totalmente absorbido  por el ímpetu ardiente de un apostolado multiforme y sin respiro.

Napoleón la hizo (a Chiavari) capital del Departamento de los Apeninos, que comprendía los confines actuales de la Diócesis de Chiavari con el agregado de la Val d’Aveto y l’alta Val di Vara. Así permaneció por varios años también bajo el dominio sabaudo.
 La mentalidad de los habitantes era más bien cerrada, enraizada en pacíficas tradiciones y egoístas autosuficiencias. Las Iglesias principales eran San Juan Bautista y el Santuario de la Virgen del Huerto.

Del sermón pronunciado por Gianelli el día de su ingreso en Chiavari se conserva la primera parte, suponiéndose que la segunda fue fruto de su capacidad de improvisación. 

El nuevo arcipreste traza un cuadro preciso de las características morales y sociales de sus fieles, y lo hace con tanta claridad que nos será fácil  intuir el por qué de sus opciones pastorales y apostólicas, su tipo de predicación y la insistencia  en que algunas normas éticas fueran respetadas.
Dice el santo:

“… encontrareis un pueblo todo paz, un pueblo todo religioso y piadoso; pero el mundo pervertido en el cual vivimos difunde el libertinaje, la incredulidad… y prueba nuestra inclinación al mal”
“La conciencia está confundida y mal hechas las confesiones, los vicios son muchos, los pecados innumerables, los obstáculos son fuertes, y los temores demasiados grandes”

El problema de los pobres fue afrontado en forma sumamente concreta. 

Gianelli escribe:
”La limosna no importa tanto darla, cuanto saberla dar. Si el párroco la da en forma indiferente o promiscua al que se presenta, no será de mucha utilidad y en su mayor parte despilfarrada. Peor si se la da al que más llora o al que más grita, que a menudo son los más viciosos”. 

Gianelli se preocupaba, en beneficiar a las familias y prefería dar la limosna a las madres para evitar que los hombres la emplearan en la fonda.

“Los pobres son muchos, por desgracia ignorantes y descuidados en sus deberes Religiosos. Los hombres especialmente frecuentan muy poco la Palabra divina y los Sacramentos, y los jóvenes pobres se hacen irresponsables, porque se alimentan en la ignorancia y en los vicios que aprenden de sus progenitores”.

La pastoral de Gianelli fue global y tuvo un significativo alcance social.  Él se niega a considerar la tarea de un párroco como la de un empleado que debe cumplir horario recluido en una oficina. Tal  deber se debía cumplir, no solamente desde los altares, sino por todas partes y siempre, insistiendo, rogando, reprendiendo oportuna e inoportunamente, como quiere San Pablo. Aun cuando se lo tomase a mal y diese lugar a resentimientos. No existe género alguno de piedad que él no deba usar con los arrepentidos y contritos; mas tampoco existe instancia que deba omitir con quien se obstina en el mal.

Había en él una particular insistencia sobre la predicación de los Cuaresmales,. Consideraba la cuaresma como tiempo particular de la presencia de Dios, que llama a una conversión radical, como tiempo, tal vez último-don, tiempo-don del que brota la urgencia de una decisión. Jesús que llama y exhorta a un radical cambio de vida.

Cristo, es para los evangelistas, el ahora de la presencia de Dios, es el hoy de la salvación, el hoy de la liberación.  Es por tanto, un hoy de alegría, de misericordia. El ahora de la venida de aquel que nos trae la Revelación, corresponde el ahora de la predicación de la Palabra, entendida como ocasión en la cual se decide por la vida o por la muerte.

No se puede postergar la decisión del hoy para mañana, ni endurecer el corazón. Hay que  decidir vivir para Dios. Para Gianelli, la predicación, especialmente en la Misión y en Cuaresma, es la voz de Dios que llama a la salvación y en su misericordia nos conduce a una vida de alegría.

El era en verdad el ministro de la palabra, y la anunciaba no solamente al pueblo todo de la Parroquia, sino en particular a los Clérigos, a los alumnos de las escuelas Pías, a las Clarisas, en la Cuaresma y en los Retiros anuales, a los pobres encarcelados, es decir, en donde le fuese pedido o él viese la necesidad, predicaba infatigablemente las máximas eternas a su grey dilecta.

Salvador Magnasco, Arzobispo de Génova, con ocasión del proceso de canonización hizo una declaración jurada sobre el cuidado de Gianelli por los enfermos: 

“trabajaba con celo incansable en su parroquia predicando, confesando, visitando enfermos a domicilio y en el hospital; se dirigía allí especialmente por la noche; de forma que regresaba a casa bastante tarde. Más de una vez, al dirigirme yo a su casa, lo hallaba de regreso poco antes de medianoche; asistía a su cena, sumamente parca, que tomaba con el reloj sobre la mesa”. 
Más explícito es otro testigo: 

“Gianelli no sólo acudía al lecho de los enfermos siempre que era requerido, sino también cuando no se había pensado llamarlo, y sin distinción entre ricos y pobres. No se contentaba con la asistencia de otros sacerdotes, sino que iba personalmente para darse cuenta de la necesidad espiritual y material del enfermo. “Sólo para estas y otras tareas del ministerio y de su activa caridad salía de casa… Y, respecto a los enfermos, no constituía un motivo de molestia levantarse tempestivamente de la cama en cualquier estación, ni quedarse junto a ellos largas noches en vela, o tomar un incómodo y escaso descanso en sus casas”

No descuidó nada con el objeto de incrementar la piedad. Existía en Chiavari una cofradía de gente laica llamada de la Coronita, atendida por una Congregación de sacerdotes con el título de san Felipe Neri, Gianelli propuso y consiguió que cada domingo cuatro miembros, acompañados por un sacerdotes que, a menudo era él mismo, fueran al hospital a atender material y espiritualmente a los enfermos, confortándolos con santas palabras a que sufrieran con paciencia.

Chiavari tenía una Sociedad Económica, único estímulo en el campo socio-político. 
Esta Sociedad, de la que participó también Gianelli, había sido instituida y promovida, de acuerdo a los criterios que informaban las organizaciones económico-sociales del siglo XVIII, sobre los lineamientos de la Sociedad Patria de Génova, llamada “Instituto de la Sociedad Patriótica”.  Su múltiple actividad estaba, sobre todo, destinada a desarrollar una mayor y mejor industrialización de la región lígure, propiciando un ingenioso y razonable empleo de los medios técnicos, puestos a disposición por la ciencia y para un mejor aprovechamiento de las  riquezas locales.
Los principales recursos provenían, en parte de la agricultura y por otra parte de las pequeñas industrias locales: como la de las sillas en forma de campana, la de las puntillas, de los terciopelos, las sedas damascadas de Lorsica, telas de lino tejidas con telares a mano o a vapor, macramé, cuerdas, fabricación de remos, saladeros de pescados, hongos secos… Gianelli se interesó también por los objetivos sociales de la Institución.

En 1827 Antonio Gianelli, hizo nacer de la Sociedad Económica una institución nueva para Chiavari, donde no existía ninguna institución femenina comprometida en el bien público. Convocó a las mujeres de los socios y con mucho garbo, dijo que ninguno hasta entonces había pensado recurrir a las mujeres para aprovechar su natural inclinación al bien. Las señoras tenían que ser las madres de las huerfanitas como lo eran de sus hijos: “madres verdaderas de caridad” y “ricas en caridad”.

Para la instrucción y la asistencia moral de los niños introdujo y cultivó las Congregaciones de San Rafael y de Santa Dorotea, fundadas por dos sacerdotes nacidos en Bérgamo. 

Atendió con fervor la “Obra de la Propagación de la Fe” fundada no hacía mucho tiempo, y lo seguirá haciendo como Obispo, tornó familiar el rezo del santo Rosario, y promovió la devoción eucarística mediante la “Adoración Perpetua”.

2.6. Fundador Inspirado. 

“Los Misioneros de San Alfonso María de Ligorio” (1827)

           Chiavari contaba con un clero numeroso y bueno, un clero joven, floreciente y prometedor; un pueblo cristiano que secundaba a ese clero en el ardor apostólico; todos ellos formaban un digno marco al Arcipreste, alma solícita, inspiradora de todo bien y de toda obra buena y suscitadora de santos entusiasmos. 

           Gianelli quería perpetuar el bien, difundirlo y dilatarlo sin fronteras:

 “La bondad es difusiva, y si no tiene ocasión de ejercitarse no puede difundirse”.

          Se había ganado espiritualmente a doce de los mejores entre los Sacerdotes de su clero, capaces de compartir con él ideas y esperanzas y seguir sus impulsos. Se valía de ellos para la obra de los Ejercicios Espirituales a sus sacerdotes. ¿Por qué no ligarlos a esta obra de un modo estable y permanente? ¿Por qué no ampliar esta obra llevando sus frutos directamente al seno del pueblo…?

         Así nació, en 1827, la “Congregación de los Misioneros de San Alfonso María de Ligorio”; en ella tuvo el santo Arcipreste sus primeros Doce Compañeros, a los que animaba con su ejemplo. Su discípulo y gran amigo, Barabino, escribe: 
“Yendo él delante con el ejemplo de un celo infatigable, siempre que las preocupaciones de su pastoral ministerio se lo consintiesen, la Congregación comenzó a producir abundantes frutos de salvación, y él, como la viera ya un tanto adulta, le dio un código de sapientísimas Constituciones”. 

          El objetivo que traza Gianelli para su naciente Congregación, no es otro que el de obrar la propia santificación, cooperando con la de los demás, y facilitándola… Como padre y fundador de esta Congregación, nuestro santo no dejó nunca de ser su alma, y su sostén principal y hasta cuando fue Obispo la mantenía viva, la promovía e impulsaba con exhortaciones cuando volvía a Chiavari, o a través de cartas que escribía desde su sede diocesana. 

          Esta Congregación, en poco tiempo de fundación, contaban con treinta Misiones realizadas en distintas diócesis: Génova, Sarzana, Tortona, Bobbio, etc. Por invitación de los párrocos o de los mismos Obispos. Los “colosos Misioneros de Gianelli” no limitaban su obra sóloal pueblo, sino que la extendían en dar frecuentes Ejercicios Espirituales al Clero y a las religiosas, con efectos saludables en aquellos tiempos en que comenzaba a realizarse una restauración religiosa y un renacimiento de la piedad…

        A partir de 1856 la Congregación fue extinguiéndose, a pesar de los repetidos intentos por hacerla revivir, incluso después que Chiavari fue erigida como diócesis, en 1892.

“Las Hijas de María” (1829), la gran obra del Santo

         La obra más importante, la más amada por Gianelli, la única que sobrevive como herencia dejada a la Iglesia, tuvo comienzos muy modestos en Chiavari. 
La Congregación de “Las Hijas de María”, engendradas y nacidas en el corazón del santo Pastor, fue la obra maestra de su vida, el espejo de su alma, el jardín de sus delicias, que cuidó con todos los recursos de su inteligencia, de su corazón y de sus excelsas virtudes. 

        Ante el abandono de las huérfanas y de las niñas, especialmente las más pobres de Chiavari, el Santo vio que era necesario proporcionales personas que fueran madres para ellas, mujeres que dividiesen su corazón entre Dios y el prójimo; que amasen a Dios en el prójimo y al prójimo en Dios.

Su mente genial, inspirada por la gracia, puso como proemio en la “Regla”: 

“Las Hijas de María han sido instituidas para la propia santificación, y a fin de que cooperen a la de su prójimo”, y agrega: su santidad debe “consistir máximamente en hacer siempre el bien para provecho del prójimo”.

Escribe en las Memorias del nuevo Conservatorio:

“La necesidad de proveer alguna maestra al Hospicio de las huerfanitas, y las dificultades en tener buenas entre las precarias, sugirió al canónigo arcipreste… el plan de reunir algunas Hijas o Doncellas que, juntándose en comunidad y animadas por un verdadero espíritu de retiro, mortificación y pobreza, se mantuvieran del propio trabajo y prestaran sus servicios al Hospicio, asistiendo y gobernando a las pobres niñas que se congregarían en él”.

En la Alocución de 1837 al pueblo de Chiavari justifica, por así decir, la propia inspiración:

“Un párroco, para el que lo considera bien, no es sino el padre de una gran familia que le han confiado la Iglesia y Dios. Debe regirla, gobernarla y alimentarla sobre todo en el espíritu, pero, como padre de los pobres y como primer guardián del templo y del altar, también tiene que preocuparse algo por lo que se refiere a los beneficios temporales. Todo, sin embargo, se ha de ordenar siempre y ha de tender al alto fin para el que se le ha concedido predicar el Evangelio, a saber, la salvación y la santificación de las almas”.

Gianelli encuentra una casa en el corazón de Chiavari, que toma en alquiler por diez años, “y fue entonces cuando se ocupó de reunir diversas jóvenes, de alguna de las cuales conocía bien el espíritu, las disposiciones y talentos”. 

La inauguración se realizó el 12 de enero de 1829, primer domingo después de Epifanía. “Fue aquel día al anochecer, cuando, procedentes de algunos pueblos distintos, se hallaron unidas (algunas sin conocerse) trece jóvenes de edad y condiciones diversas, pero todas animadas por el mismo espíritu y dispuestas a vivir juntas, unidas en perfectísima comunidad”. 

Dice Gianelli:
 “Al pensarse en darles un título o denominación, se juzgó que había que llamarlas Hijas de María, y al hablar de las que se detendrían en Chiavari, añadir además del Huerto, en señal de homenaje a la imagen milagrosa de este insigne santuario, encomendándolas a su intercesión”.

Uno de los componentes más explícitos de la espiritualidad de Gianelli es su robusta y a la par ardiente devoción a la Virgen. Fue un cantor apasionado de la grandeza y de los privilegios de María. Cuando hablaba de ella en sus sermones, su fervor y su manifiesta emoción llegaban a tal punto que arrancaba las lágrimas de las multitudes.

Gianelli lo prevé todo y lo regula todo, con inteligente y paterna comprensión, para ofrecer a sus Hijas la posibilidad de formarse en una vida auténticamente comunitaria.

Sobre la tecla de la pobreza, distintivo de las Hijas de María, Gianelli golpea largo y tendido. Es de importancia fundamental que las Hijas de María sean seriamente pobres para estar más disponibles al servicio de los pobres, cuya condición comparten.

“Las Hijas de María comenzaron inmediatamente sus trabajos, sobre todo en las telas de nuestra región, unas urdiendo, otras tejiéndolas y otras haciendo el llamado macramé y como algunas eran expertas en el arte de coser, se creyó oportuno ocuparlas en dar clases a las niñas”, que en poco tiempo fueron más de cuarenta.

El 19 de diciembre de 1831, entra en escena una mujer maravillosa, que la Divina Providencia puso al lado de Gianelli para la consolidación, expansión y éxito de las Hijas de María: Catalina Podestá.
                                                                                Capítulo 3 


 Gianelli Obispo. “El Buen Pastor del Evangelio será mi único modelo”

        En noviembre de 1837 Gianelli se encontraba con sus Misioneros en una misión en san Bartolomé de la Ginestra. Desde éste lugar escribe a la Madre Catalina Podestá, Superiora del Hospital de La Spezia: 

“… Durante la Misión de Ginestra me ocupó un asunto de importancia, sobre el que quizá hayáis oído ya algún rumor. Quieren hacerme Obispo a toda costa. Yo he presentado todos los reparos que el Señor me ha dado a conocer, pero parece que no van a bastar. Si el Sumo Pontífice no me rechaza, el Rey está decidido. No me ha parecido bien obstinarme para no oponerme a la voluntad divina: no es razonable que yo desobedezca al mismo tiempo que enseño a obedecer…… ¿Y las Hijas de María?... Si las Hijas de María son del agrado de Dios y de María, más aun, si las Hijas de María son buenas y no se muestran indignas de este nombre, seguirán siempre adelante, y prosperarán incluso más. Yo las miraré siempre como mías, y las dirigiré aun estando lejos, con tal de que me quieran obedecer. Pienso llevarlas también a Bobbio, donde tenemos un Hospital en bastante mal estado… Acordaos de alentar y dar ánimo a todas las otras…” 

        Respecto al nombramiento de Gianelli como Obispo, su confesor manifestó que, se había encontrado con él durante la misión de Ginestra y hallándolo “algo afligido y pensativo” le preguntó qué le pasaba. Gianelli le confió que estaba preocupado por su nombramiento, que había intentado esquivar, haciendo saber al Rey que “se sentía inspirado para formar una Congregación de sacerdotes que atiendan a las misiones y al cultivo de los seminarios”. Se trata, de la Congregación de los Oblatos de san Alfonso, que Gianelli fundará en Bobbio. 

           El domingo 6 de mayo de 1838, en la Catedral de Génova, Antonio María Gianelli fue consagrado Obispo de Bobbio, por el Cardenal Tadini. Del solemne rito queda un solo comentario hecho por el Rector del Seminario de Génova, antiguo alumno de Gianelli y confidente suyo.  Al volver de la ceremonia, dijo a los clérigos: “Hoy han consagrado Obispo a un santo”. Aquel mismo día desde Génova, dirigía al clero y al pueblo la primera carta pastoral, en un latín entre humanista y bíblico, donde afirma:

“……Y en realidad pensábamos no estar demasiado lejos de esta alegría cuando, por designio de Dios tan desconocido como inescrutable, la humanidad y benevolencia de nuestro religiosísimo Rey Carlos Alberto, no desdeñándose de mirar a nuestra poquedad, tuvo a bien llamarnos a responsabilidades mayores y más graves, y supo vencer de tal modo nuestro miedo y nuestro terror que consentimos en ser nombrados por nuestro Beatísimo Papa Gregorio XVI para rectores de vuestra Iglesia……”

      Al despedirse de Chiavari, quiso predicar una vez más la novena a la Virgen del Huerto. Llegada la hora de la despedida de los vecinos de Chiavari, pidió perdón a Dios y a su pueblo de las faltas cometidas, en particular por haber callado alguna vez la denuncia de desórdenes y vicios, formulando votos por que su sucesor fuera mejor. 

De su promoción dijo: 

“¿Yo, nacido pobre; yo, de baja condición, yo, un don nadie… yo, Obispo?” 

      El pueblo se conmovió hasta el llanto, dolido de perder al arcipreste que todos los días y a todas las horas del día había sido, según su promesa, todo para todos.
     También a él le costó separarse de ese pueblo, de su óptimo y amadísimo clero, de sus Misioneros de san Alfonso y de sus amadísimas “Hijas de María” a quines dejaba al cuidado de Don Botti y de la Madre Catalina Podestá.
     
   Al partir, Gianelli distribuyó a los pobres de Chiavari gran parte del dinero que le había quedado y para los gastos de la entrada en Bobbio pidió un préstamo a amigos genoveses. A mitad de camino ya no tenía nada.
    Usando  términos bíblicos, podremos resumir la obra lígure de Antonio Gianelli, culminada en el gobierno pastoral y en las bellas empresas de Chiavari, con palabras  del libro del Eclesiástico: 
“…Tuvo cuidado de su pueblo, y lo preservó de la ruina. Consiguió engrandecer la ciudad, y se granjeó gloria en medio de su nación; ensanchó la entrada del templo y el atrio”(50,4-5)

       El 8 de julio de 1838, entra en Bobbio y dirige al pueblo su primera homilía que por momentos rozaba lo sublime, en ella el nuevo Pastor expuso la idea que tenía de sí mismo como Obispo, la función de guía y maestro de que está investido un Obispo…...

Escuchemos a Gianelli: 

     “…Yo soy vuestro, vosotros sois míos,… Y como el Divino Pastor se gloriaba de ser conocido por sus ovejas, yo me explicaré en esta primera ocasión de manera que podáis conocerme íntimamente. Lo haré exponiéndoos la idea que tengo de mí mismo……

        La primera idea que yo tengo de un Obispo, y por tanto la que tengo también de mí mismo, es que se trata de una especie de portento y de milagro de la divina bondad hacia el hombre; porque en la dignidad episcopal vemos a Dios que asume de la masa infecta y corrompida del género humano a un hombre y no sólo lo levanta por encima de los demás hombres, sino que le encomienda los tesoros de su gracia, su divina palabra, sus órdenes, sus disposiciones, sus sacramentos, su autoridad, su cuerpo, su sangre, su iglesia, y, como luz puesta sobre el candelero, lo destina para que ilumine la tierra, disipe las tinieblas, combata las potencias infernales, salve, guíe las almas al cielo, represente a Dios mismo, la sagrada Persona de Jesucristo y, lo diré también, sea algo así como otro Dios con Dios, por Dios, y en nombre de Dios… las sagradas unciones, las preces y los ornamentos pontificales con que lo consagra la Iglesia son ayudas ciertamente y valimientos para la frágil humanidad, pero no la cambia nada; y como un Pablo hecho ya Apóstol de las Gentes y confirmado ya en la gracia, si queremos, no dejaba aun de sentir la ley rebelde a la razón y a la fe, un Obispo, sea el que sea, no deja nunca de sentir y de llevar todo el peso de la miseria y de la corrupción heredada de Adán……

       Dios me manda como Pastor vuestro. Se me encomienda, encarece e intima la elección de las praderas y de los pastos.

      Se me intima la guardia, el cuidado, la salud del rebaño. Ay si por descuido mío o por somnolencia mía, por mi pereza o por mi pusilanimidad, una sola de las ovejas que se me han encomendado acabara faltándome, acabara pareciendo… No puedo ser bueno si no estoy dispuesto a morir por vosotros y por cada uno de vosotros. El Buen Pastor del Evangelio es mi único modelo: no puedo alejarme de él más que con sumo daño para mí, con sumo daño para vosotros… Exponer el honor, los haberes, la vida por vuestra eterna salvación: éste es el gran signo, por decir el único, que me caracteriza como bueno…… ¡Ah!, sí, venid todos a mi pecho, que os abrazo a todos y a todos os estrecho en las entrañas de Jesucristo. Venid, que siento harto cariño por vosotros y me doy cuenta de que, por gracia de Dios, os amo ya a todos, a todos…
      ¿A todos? ¿También a los necios? ¿También a los ingratos? ¿También a aquellos que, quizá, con el tiempo pudieran odiarme, hasta calumniarme, hasta ofenderme? Sí, mis queridos Hijos, también a ellos, porque aunque sean necios, ingratos, odiosos, vituperadores, no dejarían de ser Hijos para mí…… Yo soy, y con la santa ayuda de Dios continuaré siendo todo para vosotros. De día y de noche, en invierno y en verano, para ricos y pobres, sanos y enfermos, sacerdotes y seglares, cercanos y lejanos, aldeanos y ciudadanos, yo seré ciertamente para todos, y, si no me engaña un amor ciego, seré todo para todos……
Mi objetivo será siempre defenderos, siempre salvaros…”.

        Apenas consagrado Obispo, Gianelli fija tres objetivos en el gobierno de su Diócesis que son como las líneas maestras de su Ministerio Pastoral:

- mejorar el clero,
- reordenar el seminario,
- reavivar el espíritu cristiano en el pueblo que le venía confiado.

       En el saludo que Gianelli dirige al clero y al pueblo en su primera Carta Pastoral, están ya presentes su corazón y su espíritu de pastor, y aquel dinamismo pastoral que lo caracterizó por toda la vida y que lo llevará a morir en la brecha. 

        Clero y pueblo forman con él una sola familia, y por lo tanto, todos debían estar comprometidos en la gran obra de salvación.

3.1. Reforma del Seminario 

          Dada la situación en que encontró el seminario y con su experiencia, estaba en condiciones, no sólo de encontrar un remedio para el problema, sino también de  dar a la juventud el conocimiento de la propia vocación. A fines de 1838, se realiza la reapertura del seminario. El primer tema que toca es la disciplina. Las nuevas reglas vendrán dictadas por su experiencia, con la ayuda de personas “señaladas en santidad, en doctrina y, sobre todo, en el arte dificilísimo de educar a la juventud”. 

          Sus reglas no serán, por tanto, “rígidas y severas”, porque “la más áspera y la más insoportable disciplina es cabalmente la más relajada”. Esta observación habla de sus capacidades pedagógicas, para quien una regla debe poder ser observada con un mínimo de entusiasmo y de amor a la propia vocación. Una regla rígida puede convertirse en una esfera de hierro encadenada al pié, en contraste con el “yugo dulce” del Evangelio. Yugo, sí, pero llevadero.

      Para el seminario funda su tercera congregación, la segunda de sacerdotes, los: “Sacerdotes Oblatos bajo el título y la protección de San Alfonso María de Ligorio”. ¡De nuevo y siempre San Alfonso!

       Gianelli escribe las Reglas de su nuevo Instituto. Eligió como Rector del seminario a don César Podestá quien fuera su padre espiritual. Con estos Oblatos comenzaron el servicio, en noviembre, día de la apertura del seminario renovado en sus raíces.

        Gianelli empezó a hacer limpieza en el seminario. Exoneró al Rector, despidió a los Profesores reemplazándolos por sus Oblatos. Despachó a los clérigos sin vocación, defendiéndolos de las presiones de los padres que los querían sacerdotes.
 Alguno lo acusó de impedir a los jóvenes de Bobbio que formaran parte del clero y preferir a sacerdotes forasteros. El respondió:

    “No es verdad que yo no quiera hacer sacerdotes de Bobbio, antes al contrario, sacerdotes buenos querría hacer uno por cada cien (vecinos), pero malos no quiero ni uno solo”.

      Daba conferencias a los seminaristas, reemplazaba a veces a los profesores, enseñó teología y cada semana daba clase de sagrada elocuencia. 
      Cuando iba al seminario jugaba durante el recreo al dominó y a las bochas con los jóvenes, los llamaba los felices retoños del sacerdocio y les decía: 

     “Recordaré con vosotros los estudios y las gratísimas ejercitaciones de mi adolescencia y con vosotros gozaré de rejuvenecer… me encantará conversar y estudiar con vosotros para que seáis verdaderamente doctos y sabios…ustedes seréis para mí hijos, yo vuestro protector y defensor, vosotros mi gozo y mi corona, aun más, la alegría profunda de mi alma”.

        El seminario de Bobbio alcanzó fama de ser un centro acreditado y fiable. Un clérigo de aquella época testimonia: 

      “Nos parecía estar en el paraíso”, y otro: “de una casa de fieras el seminario pasó a ser una familia de ángeles”.

3.2. La Pastoral para el Clero. 

     La real situación del clero de la Diócesis de Bobbio, cuando llega Gianelli, fue el resorte que hizo brotar en su mente y en su Corazón, una profundización de la esencia de la vocación sacerdotal… Instaura así, una pastoral para el clero y que lleva adelante, con tanta valentía, con tanta fe, con un amor tan celoso pero no sin lágrimas.

      La pastoral de Gianelli, relacionada con el clero se da en dos direcciones:
- una más marcadamente moral para los desviados, a los que el Obispo llamaba, por lo menos, a los deberes esenciales;
- la otra, más finamente espiritual y ascética, para una elite, para los mejores, a los que se podía pedir más. Dice un testigo:
   “Cuando trataba con sacerdotes de vida íntegra, comprometidos y empeñados en el cumplimiento de sus deberes, los llevaba al cielo, animándolos a caminar siempre por la vía emprendida”

Escuchemos a nuestro padre:

“La vocación del sacerdote es para la modestia, para las obras santas, para las cosas de Dios”.

“Una respuesta dada de corazón me habría hecho inmensamente feliz, pero con repugnancia no, y siempre no. Vos no debéis hacerlo y menos yo exigirlo o ni siquiera permitirlo. Si Dios lo hubiese querido, lo habría traído”.

      Cuando se comprende la grandeza del don de la vocación, y libremente se decide por la respuesta, esta debe ser total y radical: 

     “entrar en el camino del Señor, con ánimo franco, libre y resuelto, únicamente deseoso de encontrar a Cristo y seguirlo sólo a él”.

      Por lo tanto, el sacerdote debe vivir su sacerdocio con firmeza, con valentía, con entusiasmo contagioso. Naturalmente, Gianelli pide el testimonio de este entusiasmo, ya en el seminario.

      En la lamentable situación en que se encuentra la Diócesis, en lo que se refiere a Sacerdotes, Gianelli ruega a los amigos de Génova, que le den una mano. El trasplante de alguna óptima vocación sacerdotal, de las que era rica la Diócesis de Génova, habría podido originar un verdadero renacimiento del clero de Bobbio.
    “Amor a la fatiga” y “morir en la brecha”, son dos expresiones de Gianelli que sintéticamente, manifiestan su pensamiento sobre la apostolicidad del sacerdote.

   “Es necesario que el sacerdote trabaje hasta el cansancio en la viña del Señor. Animo! Sed valerosos no sólo para extirpar las malas hierbas y para cuidar la buena semilla y las buenas plantas, sino también para mantener alejadas las aves rapaces que están escondidas por doquier, hasta que el grano sea recogido en los graneros del Señor…”
“… me dan pena aquellos que buscan un buen empleo para pasarla bien y descansar”.

      Para Gianelli, el sacerdote debe sentirse “aferrado” por Cristo y amar con pasión, debe llevar reflejada en el rostro la alegría de María que fue feliz, porque creyó.

3.3. La pastoral para el pueblo

       Gianelli tenía prisa por llegar y darse a su pueblo para llevarlo a Dios, porque conocía la situación de Bobbio. Uno de sus amigos más queridos dijo: 

“Yo aquí estoy bien, pero encuentro las cosas a la deriva”

“Encontró, en efecto, la población completamente descuidada en cosas de religión. Los niños no tenían ninguna instrucción porque ya no se hacía más el catecismo. Muchos hacían la Primera Comunión de adultos”

      Por una parte y para algunos, reinaba el lujo, y otros vivían una miseria extrema. Gianelli consideraba la predicación como medio eficacísimo de santificación, “se dio a la predicación con toda el alma, movido por impulso divino. Santificó su Diócesis, sobre todo con santas misiones”.

      Su acción pastoral en lo que se refiere a la catequesis, se orienta sobre dos frentes:
- proveer cuanto antes un texto apto para hacer más accesibles las verdades y los principios fundamentales del cristianismo, a los niños y a los jóvenes;

- promover en todas las Parroquias, la erección de la “Compañía de la Doctrina Cristiana”, como una ayuda para los Párrocos, en la catequesis.

3.4. Las visitas pastorales 

     Uno de los primeros pensamientos de Gianelli, apenas llegado a Bobbio, fue el de la visita pastoral.  Escribía, al respecto:

“… se necesitaría un celo constante y una caridad incansable, insaciable”.

     El primer objetivo, no es visitar las iglesias y los oratorios, sino “corregir los errores, reformar los abusos, reordenar cada cosa según los cánones y las normas de la disciplina eclesiástica”

      Para conseguir mejor el objetivo: la santificación de su pueblo, Gianelli procede por etapas. Primero es necesario desmontar el terreno. Prepararlo…después se planta. En la primera visita pastoral, piensa haber logrado el primer objetivo, la primera etapa: haber preparado el terreno. 

       Escribe Gianelli en una Carta Pastoral, hablando del espíritu de penitencia y de fervor:

“…Nos hacemos la ilusión de poder hacer en esta segunda visita el oficio de diligente agricultor el cual, después de haber cultivado y dispuesto el terreno, esparce en él las mejores simientes, y planta, injerta y dispone sagazmente con arte y esmero de maestro de vides selectas y las planta fructíferas…!Semillas celestiales…plantas de vida eterna!...”
     La visita pastoral, para Gianelli tendía a esto. Hace una cálida invitación a su pueblo: 

    “preparaos con la penitencia, pues es el tiempo oportuno por demás… preparaos con la oración…”

     Para el objetivo que Gianelli se había fijado: guerra al pecado, fidelidad a la gracia, las misiones constituían para la sagrada visita, la punta de lanza.

3.5. Obispo Misionero. Una pasión innata

      Desde antes de ser ordenado sacerdote, Gianelli sintió predilección por el ministerio de las misiones populares. Aun siendo Obispo participaba de las mismas. 

      Dada la extensa actividad misionera de nuestro fundador, hacemos  referencia a una de las últimas misiones en la cual él participó como Superior: la misión de Varese en el año 1841.

      Gianelli quería mucho a Varese, la conocía hacía años, esto es desde cuando Monseñor Tadini en 1833, le había confiado la no fácil tarea de la reforma del Monasterio, una reforma que llevó adelante por cuatro años. Los últimos decretos, en efecto, fueron emitidos en noviembre de 1837. De Varese él conocía las personas: los poderosos y los humildes; les conocía las cualidades, las exigencias y los humores.

      Gianelli sabía que Varese era un ambiente de no subestimar, por muchas razones; a Varese dedicó estudio, fatiga, empeño y pasión, como para todo el resto: era su estilo. Y en Varese todo lo que él hizo anduvo bien: tanto la reforma de Monasterios, como la misión.
        En los apuntes de Gianelli se encuentra también un horario extremadamente preciso para las actividades de la jornada. Al horario sigue el bosquejo de la carta al párroco, al cual indica el inicio de la misión para el día 5 de septiembre y el programa de los misioneros, es decir, tras las misiones al pueblo, los ejercicios a sacerdotes y clérigos. Encontramos enumerados también los temas de las grandes prédicas de la noche, reservadas a él.

      El grupo estaba constituido por diez misioneros, Gianelli era el superior… La misión de Varese lo absorbió totalmente: con las prédicas, las confesiones, los coloquios directos con personas de toda condición social; sus horas de trabajo no contaban. Tuvo también bastantes oratorios……
     En verdad, los testimonios sobre la misión de Varese, son pocos si se confrontan con tantas páginas que se encuentran en los procesos sobre las misiones de Gianelli en la región de Piacenza…
     Entre estos pocos testimonios, hay una carta escrita por don José  Basteri en 1859, que se la incluyó en una de las biografías de Gianelli.

     Don Basteri,  Vice Director de las monjas Agustinas, había sido testigo ocular de la misión de Varese. En la carta  refiere: 

    “Gianelli tenía la parte de predicador. Solamente aquellos que lo han sentido desde el púlpito o desde el balcón, anunciar la divina palabra, pueden hacerse una justa idea del celo, de la fuerza y del modo encantador con que predicaba”…

     Igualmente impresionantes son las últimas palabras de Caffese, referidas a la misión de Varese: 

     “Gianeli se superó a sí mismo… lleno de celo y de santo fuego”….
        Gianelli no pudo concederse la alegría de recoger, después de haber sembrado,  las espigas maduras: era necesaria su presencia en la diócesis. El 22 de septiembre iniciarían los ejercicios espirituales para los sacerdotes y clérigos en el Seminario de Bobbio. De improviso faltó el predicador y él lo debió suplantar, con cuatro prédicas al día. La misión de Varese dio mucho fruto.

                                                                         Capítulo 4

 La batalla final. 

“Hijitos míos… si muero pobre, rezad por mí porque 
estaré en grado de aprovechar de vuestros sufragios, 
pero al contrario, si muero rico, 
no recéis porque me habré condenado”


        Los últimos meses de vida de Gianelli fueron como una pausa del buen soldado que se prepara a la última victoria. Durante este tiempo fue afligido por una larga enfermedad que, luego de una breve convalecencia, lo condujo a su fin.
Si bien ya estaba, manifiestamente debilitado, prosiguió en el regular gobierno de la Diócesis, así como en el interés por sus obras y por sus colaboradores.  Su aspecto acusaba claramente el sufrimiento.

         Difundida la noticia de la enfermedad que lo aquejaba, se vio un espectáculo edificante y conmovedor: por todas partes por donde él había pasado, como intrépido e infatigable obrero de la Viña se levantó un coro de devotas súplicas al Cielo. Puesto que el bien nunca se aprecia cómo y cuanto debe apreciarse sino cuando se lo pierde.

        Antes de recibir el santo Viático, dijo palabras graves y conmovedoras; se acusó de ser un Obispo indulgente y flojo. Una vez recibido el Señor descansó.
     Desde Chiavari, le es obsequiado un cuadro con la imagen de Nuestra Señora del Huerto, a la que Gianelli le improvisa un Soneto cuyo último terceto dice:

Y si hoy tan grata pareces al ojo y al corazón
Y así en lugar de lágrimas me recreas
¿qué harás en el Cielo, ornada del divino sol?

     Aun enfermo, el santo Obispo no deja de escribir cartas, también le escribe a Madre Catalina Podestá:

     “…Pasado mañana pienso poder asistir pontificalmente a la Misa, y si no fuese que todos me regañan, hasta haría una pequeña homilía. Alabé por todo a Dios, y a María.
        Ahora contadme algunas cosas: ¿cómo habéis recibido el mal trago de mi peligro? No dudo que estaréis resignada, pero si la cosa hubiese sido diversa, ¿habrías permanecido quieta? Respondedme sobre estas cosas, si el Señor os las inspira, si no dejadlas pasar; esta pequeña curiosidad quedará aplacada.

      En cuanto a mí no puedo deciros que estuviese absolutamente tranquilo, no, pero resignado sí, y no me he atrevido a pedir a Dios mi curación. Pero es el caso que todavía no quería morir, tanto por no sentirme muy mal, cuanto porque me parecía que Dios me daría tiempo para hacer un poco mejor las cosas, entre las cuales están las Reglas de las Hijas de María. Tuve la gracia de no asustarme de nada, y de no perder mi acostumbrada hilaridad, ni siquiera cuando veía a los demás melancólicos, que temían por mi vida y me hablaban de Sacramentos. 
      Por lo que hace a mi razón, siempre estuvo clara, luminosa, más todavía que cuando estaba sano. Ha sido una dulcísima enfermedad.¡Cuánto se ha compadecido de mi el Señor! Ayudadme a agradecérselo, y orad para que me ayude, a fin de no serle ingrato”.

4.1. El testamento 

      Con pensamientos igualmente graves y sentimientos profundos, redactó su Testamento, no sólo en la inicial profesión de fe, sino en todas las disposiciones y observaciones, que hacen de él el espejo verdadero y clarísimo de un alma vigilante, a la vez austera y cordial, abierta, desprendida y generosa, compenetrada en sus deberes, que nada olvida…

      “Desde los primeros años de mi sacerdocio, por lo menos, uno de mis más constantes deseos fue el de morir pobre y dejar a mis parientes en el estado de aquella baja y pobre fortuna en que nacimos: campesinos y cultivadores de campos, y éstos más de otros que nosotros…

       Yendo, pues, por delante la protesta de rigor de que, como por la inefable misericordia de Dios he nacido y crecido y sido educado siempre en la Santa Católica, Apostólica y Romana Iglesia, asimismo tengo intención y quiero, y pido a Dios la gracia no sólo de morir en ella como hijo humildísimo y devotísimo, sino también, si fuera del agrado de su Divina Majestad, de morir por defenderla y dilatarla, como parece que es propio de quien en la misma Iglesia ocupa también indignamente el lugar de los Santos Apóstoles: paso a establecer que, una vez fallecido, no deseo y no quiero pompas fúnebres, excepto las purísimas y sencillísimas que son prescriptas por el ceremonial de los obispos y más bien me encomiendo a todos para que tengan para conmigo la caridad de socorrer y ayudar con sufragios a mi pobrísima alma… deseo ser sepultado en la cripta de San Columbano y precisamente delante de su altar… pero del modo más sencillo, en una fosa pequeña y cubierta por una simple loza…”

Un sacerdote amigo expresa: 

     “El mal lo oprimía a tal punto, que la respiración parecía un gemido continuado y su aspecto lo mostraba también como oprimido de tristeza. Pero cada vez que, llamado, se recobraba, aparecía con un rostro sereno y risueño, tal como solía ser cuando estaba sano y en las circunstancias más alegres de su vida, cuales eran, para él, las de sus queridas misiones. Las pocas palabras que entonces podía responder mostraban la tranquilidad de un alma perfectamente acorde con los designios de Dios”.

    Piadosamente, nuestro Santo, entregó su alma al Señor, en la mañana del 7 de junio de 1846.

    Su confesor y fiel compañero de fatigas apostólicas, escribía a su entrañable amigo Barabino, que se hallaba en Génova:

  “Me desagrada enormemente ser esta vez nuncio de infaustas nuevas; pero no puedo menos de hacerlo. Nuestro querido y amable Monseñor Antonio Gianelli ha muerto. Hallábase aquí, en Piacenza, como sabrá, en donde al principio pareció reponerse…, el sábado a la mañana recibió los Santos Oleos, y finalmente, el domingo a la mañana a las cinco y media, consumido por el mal (tuberculosis pulmonar), llorado por todos los buenos, pasó al eterno reposo… Haga el favor de informar de esto a los compañeros, y procuremos todos orar por su alma… Esta tarde, Dios mediante, lo trasladaremos a Bobbio”.

    Ante la noticia, Madre Catalina, aturdida y sin ningún pensamiento en la mente, como si el sol hubiera dejado de iluminar, se ensombrece ante la realidad: ha perdido a su Padre.
Capítulo 5

Gianelli y su única meta: la santidad
Enrico Bacigalupo: “Gianelli y su predicación a los laicos”


Toda la obra de Gianelli conduce a una única meta: hacerse santo, y comenzando por uno mismo, santificar a los demás, ayudarlos a alcanzar cada vez más a Dios. La santidad era la aspiración más alta de su vida, también debía serlo para sus fieles; el premio de una vida de fe, la espera de Dios, es Dios mismo, el final de la vida, la respuesta a la cruz, el motivo de cada sacrificio, de cada obra de caridad es liberarse de uno mismo para caminar más rápidamente hacia Dios, para alcanzar nuestra plenitud, nuestra perfección: Dios.

La santidad para Gianelli pasa por lo ordinario, lo cotidiano, las pequeñas cosas de todos los días hechas bien, hechas para agradar a Dios y no para complacer a los hombres. Para Gianelli la santidad es vivir en la caridad de Dios, vivir para Él, preocuparse solo por su gloria y por Él, servir a todos los hermanos comenzando por los más pobres, espiritualmente y materialmente; Dios es la meta de la santidad.
Pero el Dios de Gianelli es un Dios concreto que se encuentra cumpliendo su voluntad, observando su ley y su palabra. 
En el Proemio de las Reglas de las Hijas de María leemos:

“Las Hijas de María son instituidas para la propia santificación y para que cooperen con la de sus prójimos”

Y en las Constituciones de los Oblatos:

“….siendo el doble fin de nuestra Congregación el de santificarse a si mismos y ayudar a los otros a salvarse”.

Si este es el programa para quien se consagra en modo particular en la Iglesia, no menor debe ser el empeño para todos los fieles: los laicos.
El hacerse santos, el perseverar en la vida cristiana es el tema desarrollado por Gianelli de manera enérgica y fuerte en sus prédicas y durante la Misión y el tiempo de Cuaresma.

Sigamos el esquema de la prédica sobre la obligación de hacerse santos:

“….la verdadera santidad consiste en hacer la voluntad de Dios…. El Señor mira el corazón, no las palabras”.

“Cesen, por favor, las palabras y sean las obras las que hablen. Estamos llenos de palabras, pero vacíos de obras…” (San Gregorio)

Hacer la voluntad de Dios: esta expresión está indicando un lugar desde el cual se parte, al cual se llega y con el cual se camina. Este modo de proceder hace emerger la centralidad de Dios. La medida de la santidad  es Dios mismo: Dios, Dios solo.

“Vamos hacia Dios, buscamos a Dios, queremos a Dios, no tenemos otro límite y otra medida que Dios mismo”.
“Todos estamos obligados a hacernos santos y todos podemos serlo, si queremos”

Paralelamente recordemos lo que dice el concilio:

“Todos los fieles de cualquier  estado y condición, están llamados a plenitud de la vida cristiana” (LG n 40)

Evidentemente, y de manera clara, sin exclusiones de ninguna especie: todos son llamados a la santidad; y en otro párrafo insistirá:

“En todas las actividades del mundo hay santos y en todas se los puede ser”. 

Muy joven, Gianelli se sintió fascinado por el ideal de la santidad. Fue llamado “el hombre de lo sagrado”, un hombre que tuvo toda la vida una gran estima de Dios y de los valores eternos.
Amigo verdadero de Dios y amigo verdadero del hombre. Por esto vivió y comunicó la fascinación de la santidad.

Capítulo 6

Gianelli y la amistad
 “Gianelli, un Santo entre dos Revoluciones” (Tarquini)


Una característica de la vida de Ganelli son sus numerosas y selectísimas amistades sacerdotales, que le permitieron concretar grandes empresas. Menos conocidas, por los pocos documentos, son sus amigos laicos de toda condición, con quienes gozó de una verdadera amistad, a la vez que lo admiraban profundamente y estaban prontos a cualquier insinuación suya, felices de poder colaborar con él; su carácter cordial y festivo lo convertían en un amigo incomparable.

Cuando, en la armonía perfecta con quienes compartía su ideal de vida, él puede abandonarse a la expansión de sus sentimientos y de los afectos, la expresión se hace fiesta del corazón y canto de sublime amistad.

Gianelli fue abierto a la amistad con los hermanos en el sacerdocio como fue abierto a su vocación. Vivió esta amistad como factor primario de espiritualidad. Con sus amigos, todos buenos y santos sacerdotes, vivió la alegría de una perfecta comunión de pensamientos, proyectos, esperanzas, fatigas apostólicas. Fue un ayudarse a crecer en la santidad sacerdotal.

Narra Barabino:
“En Chiavari, le hacía corona un clero ejemplar, instruido, celoso, activo. El se entretenía con ellos como hermano, aconsejaba, los dirigía en las empresas difíciles, los animaba. Momentos de preocupaciones? Bastaba una mirada, una sonrisa, una mano de Gianelli en la espalda para tomar coraje. “Tal era el dominio que él se había ganado sobre el ánimo de los hombres que lo rodeaban”

La amistad con santos sacerdotes es quizá el capítulo más bello de la vida de Gianelli. El amigo entrañable en el cual vio brillar el ideal que tenía en el corazón fue don Ángel de Benedetti, muerto en Chiavari a los veintinueve años el 28 de junio de 1837. Lo amó como la encarnación del sacerdocio en una “fidelidad sin sombras”, es casi una vida paralela y, en ciertos momentos, un autorretrato espiritual.

De él dijo en el elogio fúnebre: “era de aquellos que parecen poseer gran parte de nuestra alma y que, al morir, parecen llevársela consigo”

          Don Nicoló Barabino que fue para Gíanelli un queridísimo amigo, lo describe así:

     "Como era severo con él mismo, igualmente dulce y benigno era con los otros. Acogía a todos con rostro sereno, jovial, con modales corteses. En esto era singularísimo".

     "Respecto a los sacerdotes: iba a su encuentro festivo; los besaba. Esta era su costumbre. Los invitaba a su mesa, los hospedaba si venían de lejos y hacía esto con tanta cordialidad por lo cual él parecía el beneficiado".

Una sensibilidad exquisita, dice uno de sus biógrafos, se veía reflejada en la vivacidad de toda la persona de Gianelli.

"Ojos vivos y naturalmente alegres, se hacía majestuoso y severo según la oportunidad. A la par de la dulzura de la mirada iba la jovialidad del ánimo y la amabilidad de la sonrisa, de la voz, de las maneras, por lo cual se ganaba las almas de los otros"

6.1. Amigos santos
Entre tantos amigos sacerdotes, destacamos a su alumno y amigo: José María Frassinetti, nacido en Genova en diciembre de 1804 y fallecido en enero de 1868.

Vivió la mayor parte de su vida en una pequeña parroquia de Genova, llamada Santa Sabina, allí fue párroco entre 1839 y 1868, año de su muerte.
            Tuvo una vida aparentemente muy ordinaria, con poco o nada de relevante. Como su amigo y profesor, sintió pasión por salvar las almas y por la santidad del clero.

Escribió sin cansancio, creó innumerables instituciones, confesor incansable, director espiritual, dedicaba largo tiempo a la oración, a la atención a los pobres y enfermos que visitaba asiduamente... Como su amigo, Monseñor Gianelli, trabajaba sin descanso.

Fundó la Congregación de los "Hijos de Santa María Inmaculada", que continúan su carisma, actualmente en las escuelas, parroquias y en las misiones.

Juan Pablo II, proclamó la heroicidad de las virtudes el 14 de Mayo 1991. Desde entonces se lo invoca como Venerable, y se puede pedir su intercesión y rogarle que presente nuestras súplicas ante Trono de Dios.
Capítulo 7


Gianelli y su devoción a la Virgen María: "Misterio de gracia y de bondad"

Es excepcional el lugar que ocupa María en la predicación, en los escritos, en las cartas y en el magisterio de San Antonio María Gianelli.

Nuestro Santo tuvo una gran estima por el rezo del santo Rosario: lo considera como "un conjunto de santos misterios propuestos a la meditación del alma que reflexiona y que, en compañía de la Virgen, permanece asombrada y humilde en la  contemplación...” 
Le gustaba presentar a María como la mujer que vive para Dios:
"María deja todo para tener a Dios... María, para tener a Dios, se anonada ante el mundo... María no tiene otra solicitud que de Dios. María lo busca, lo anhela, lo desea..." 

Gianelli, el Fundador, presenta a María como modelo para sus Hijas, consagradas en la vida activa: 

"María... que había aprendido a permanecer toda en Dios..., llamada a ser la Madre del Salvador, la que representa cooperar con Él en la redención del mundo, peregrinar, mendigar, huir, sufrir por Él, hasta hacerse presente y acompañarlo en la agonía de la cruz y depositario en el sepulcro".

           Sus panegíricos, las novenas y las homilías marianas que se conservan, son verdaderos poemas en prosa, no tanto por la luminosidad de las frases y de las imágenes, aunque vivas y geniales, cuanto por la robustez del pensamiento y la profundidad de los afectos.

Gianelli celebró su primera Misa en Santa María del Carmen, queriendo iniciar su lucha sacerdotal, como escribe Barabino, bajo los auspicios de la Madre de Dios.

Sus fervores, sus celebraciones, sus empresas mañanas en Chiavari nos son conocidas. Podemos destacar que, en sus esquelas autógrafas a sus Arciprestes y prebostes, el obispo de Bobbio no olvida al 'Archipreste de Chiavari', y escribe a uno de ellos:

"No deje de ir a la Virgen del Huerto, y ore mucho también por mí a esa mi tan querida Virgen”

En su vigorosa y austera lucha misional contra el pecado, sabía infundir, en nombre de María, un espíritu de misericordia y gozosa ternura hacia el pecador. Un apunte autógrafo, de la Misión de Pegli, en 1827 escribe:

"¡Alegre anuncio, oh pecadores, alegrísimo anuncio! Si queréis salvaros, sea cual fuere vuestro estado, no desespero más de vosotros. Vosotros tenéis a María, que os asiste; tenéis a María de vuestra parte, no temáis. María es la Protectora de nuestra Misión, María es la Abogada y el Refugio de los pecadores; María es honrada en medio de vosotros como Reina del Rosario, Madre de la salvación. En resumen, María está con vosotros. Alegraos, pues, oh pecadores, alegraos, si queréis salvaros".

Gianelli tuvo una especial devoción a María en su Inmaculada Concepción, y realizó una petición al Santo Padre, Gregorio XVI, "para que se digne declarar dogma de fe la inmaculada Concepción" (el dogma de la Inmaculada se definirá en 1854)

7.1. María en las Cartas de Gianelli. 

Cartas personales 

“… pero a todo se pone remedio con la paciencia, y con la plenísima confianza en Dios, y en María" (2/3/1837)

"Si las Hijas de María son, del agrado de Dios y de María, más aun, si las Hijas de María son buenas y no se muestran indignas de ese nombre, seguirán 'siempre adelante…" (27/11/1837) 
"Comenzarán siempre con una oración ante la Virgen de Nuestra Señora, que pondrán allí si no la hubiere... Les darán también a las encarceladas algún recuerdo, como decir una pequeña oración todos los días, por ejemplo, un Ave María a la pureza de la Virgen... No estará tampoco mal que les den algún recuerdo devoto, como un rosario, o una medalla, o bien una sencilla imagen de la Virgen, para que la pongan cerca de la cama y la saluden mañana y tarde. Acostúmbrenlas a este saludo mientras están en la cárcel, procurando que cada una la tenga en el lugar donde duerme..." (24/7/1840)

"Tiene que proporcionarme un velo para cubrir la imagen de la Virgen Milagrosa del Socorro... Conviene adornarla en derredor con un poco de galoncillo de plata, o cualquier otro que dejo a su selección, y en medio un bello nombre de María... No se canse por la Virgen del Socorro, que luego nos ayudaré" (4/3/1841)

Cartas Pastorales:

"Implorad, además, la protección y la gracia de ¡a Santísima Virgen y Madre María, guardiana fidelísima de los Pastores de todas las Iglesias” (C.P. pág. 21)
"Rogad, y poned de por medio el valioso patrocinio de María Santísima, en quien, después de en Dios, colocamos nuestras mejores esperanzas….” (CP. pág. 32)
"... debemos más bien decir que El se ha fijado en vuestras plegarías, en los méritos y en las oraciones de todos nuestros hijos, las cuales plegarías, sostenidas y reforzadas por los votos de nuestra Divina Madre Asunta al Cielo e invocada bajo el título de Auxiliadora... atrajeron sobre nosotros la divina ayuda de modo abundante y casi me atrevería a decir sobreabundante..." (C.P. pág. 87).
Capítulo 8

Gianelli y su devoción por San Pablo, los Santos Padres, y San Alfonso María de Ligorio

Además de su amor a Dios y a la Virgen María, Gianelli es movido a trabajar por la salvación de las almas al estilo de los Apóstoles, de los Santos Padres y de los Santos y de las Santas, cuyas vidas e historias seguramente leería con frecuencia.

Entre los Santos de su devoción y cuyos escritos alimentaron su vida espiritual y pastoral encontramos a los santos Padres, a San Pablo y San Alfonso María de Ligorio.

8.1. San Pablo 

A Gianelli lo entusiasma el celo del apóstol San Pablo, que corre, se gasta y se desgasta llevando por todas, partes las enseñanzas de Jesucristo. Predica, escribe, enseña en las sinagogas, en las cárceles y en todas partes; trabaja y hace trabajar oportuna e importunamente; sufre azotes, piedras, persecuciones de toda especie y calumnias. Pero no se espanta; al contrario, se complace en las tribulaciones, y llega a decir que no quiere gloriarse sino en la cruz de Jesucristo.

        Nuestro fundador hace suyas las palabras del Apóstol, en la Homilía de entrada a Bobbio:

"...y, si no me engaña un amor ciego, seré todos para todos..." (C.P. pág. 27) 

"... me he hecho todo para todos..." (1Cor. 9,22) 


8.2. Santos Padres.
La doctrina de los Santos Padres se convirtió para él en el lugar teológico por excelencia, lugar y momento de encuentro con el Señor.

8.3. San Alfonso María de Ligorio.

           Fue el Santo que más lo movió y que se convirtió en su guía espiritual. Éste santo del siglo XVIII, desengañado por las falencias del mundo, tomó la seria resolución de abandonarlo todo y dedicarse por completo al servicio de Dios.

De sus escritos rescatamos: "A todos nos obliga por igual el precepto del amor, y, precisamente, la verdadera santidad consiste en el amor a Jesucristo, nuestro soberano Bien, nuestro Redentor y nuestro Dios".

El celo por la salvación de las almas lo llevó a fundar la congregación de los misioneros del Santísimo Redentor.

Durante años, Ligorio, fue el primer misionero, recorriendo pueblos y ciudades. Apóstol humilde, resuelto, inflamado de amor a Dios y a las almas prodigó su piedad y su tiempo en el confesionario, en el pulpito, en la catequesis de los niños... Luchó por la reforma del seminario y del clero... siendo su gran preocupación la santidad del sacerdocio y la salvación de las almas. Su celo por la salvación de las almas, que tan caras habían costado al Redentor, lo llevaban a no contentarse con que le oyeran cientos o miles de personas. Jesucristo murió por todas y era preciso salvar a todas.

En la vida y obra de este Santo meditaba Antonio Gianelli, y con esta meditación se encendía en él, un fuego tan ardiente, que no le permitía la quietud. Predicador incansable, en especial en las misiones rurales. No sentía fatiga, todo trabajo era poco para el Reino.

Todo le era dulce y ligero con tal que pudiese ganar almas para Jesucristo, para el cielo, y preservarlas del infierno.

Hoy nos preguntamos cómo hizo para atender la cantidad inmensa de trabajo que llevó a cabo. Animado por el Santo de su corazón, San Alfonso, parece que hizo suya la máxima: "no perder nunca el tiempo".

Su último biógrafo escribe: "No se ha tomado nunca unas verdaderas vacaciones…"

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